Sin duda, más de algún cuidador o encargado de la crianza ha sido sorprendido con esta pregunta, momento en el que nos atraviesa una lluvia de interrogantes sobre cómo dar una adecuada respuesta sobre aquello que en nuestras mentes pareciera altamente complejo de explicar… ¿Cómo le hago entender adecuadamente? ¿Cómo no dañarlo con la respuesta? ¿Lo traumaré con esta información? ¿Cuál es la edad adecuada para hablarle de este tema?… Y muchas veces lo más tentador… ¿Cómo puedo evadir entregar la respuesta?
Si bien es un escenario para nada cómodo nos invita a cuestionar la sexualidad en toda su esfera, lo cual es sin duda un ejercicio provechoso y relevante.
Generalmente tendemos a darle un rol relevante a la erotización, connotándola de algo sucio si pensamos en hablar de aquello con un niño o niña, entendemos que debe ocultarse, que es mejor no hablar de aquello, pero ¿qué hacer si la pregunta ya está sobre la mesa? Sobre todo, si ya fui llamado a entregar una respuesta.
Todo niño, niña o adolescente en algún momento de su vida se cuestiona aquello, también lo hicimos nosotros cuando pequeños, pero no son todos quienes se atreven a increpar a un adulto de confianza para llegar a la respuesta, hay quienes prefieren indagar con la información de sus pares o con la infinitud de respuestas que se pueden encontrar en Google. Volcándonos frente a este último escenario, debería ser gratificante que se nos visibilice como a un adulto a quién confiarte esta interrogante.
Lo que no podemos dudar, es que la sexualidad nos acompaña y se construye desde nuestro nacimiento, hasta la muerte y que en ella se pueden alojar los mayores placeres, como también grandes amenazas. Sin entrar mayormente en aquello, una manera de poder enfrentarnos al cuestionamiento es poder preguntar sobre qué información manejamos, y preguntar al niño o niña cuánto es lo que maneja, de esta manera nos aseguramos desde donde iniciar.
También nos permite poder comprender cuáles han sido hasta ese momento las fuentes de información y si existen creencias erradas, o peligrosas, que estén alojadas antes de nuestra respuesta.
Desde ahí, si bien es dable considerar la edad de quien nos pregunta podemos comenzar a generar una apertura a conversaciones relacionadas con la sexualidad, en donde integremos lo biológico, por donde podemos partir refiriendo cómo es posible gestar una vida en cuanto a corporalidades, enfatizando el vínculo de respeto y cuidado del otro e integrando el ámbito emocional dentro de la ecuación.
Lo anterior nos permite entregar mensajes de lo relevante del cuidado y protección del propio cuerpo y del otro, nombrar este de manera adecuada sin tabúes. También integrando las capacidades biológicas de nuestro cuerpo, para ir poco a poco avanzando a medida que vaya creciendo en integrar conceptos tan relevantes como el consentimiento, la protección y el cuidado, para poder llevar a cabo una sexualidad con un enfoque en lo placentero.
Pero… ¿y si mejor le cuento de la abejita o la cigüeña? Si bien es una tentadora opción, en algún momento (más temprano que tarde) se hará evidente nuestro engaño, por lo que podríamos poner el juego la confianza que ha desplegado en nosotros aquel que se atrevió a preguntar.
Si bien esta interrogante nos pone en un escenario un tanto incómodo, es una excelente señal del vínculo que estamos creando con el otro, y el inicio de conversaciones que pueden impulsar una sexualidad sana, placentera y responsable.
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