Cuando sentimos ira la presión arterial aumenta y así también el ritmo cardíaco; los niveles hormonales se incrementan y generamos un estallido de energía, pudiendo reaccionar de manera agresiva ante alguna amenaza.
Aunque la ira es necesaria como emoción movilizadora, a nivel interpersonal una mala gestión de ésta puede generar una forma de comunicación basada en la agresividad, lo cual trae consecuencias en las relaciones sociales y familiares, como el alejamiento o la desconexión de dichos entornos.